Cada año por estas fechas celebramos el Día Internacional de la Mujer y el día Europeo de Igualdad Salarial. Pero, ¿qué celebramos realmente? ¿Es algo similar al día del madre o del padre, o de los enamorados, que conmemoramos una vez al año, para el resto seguir igual? ¿Por qué, entonces, nos acordamos de las mujeres cada 8 de marzo?
Tras siglos (¿milenios?) de discriminación extrema, es innegable que en los últimos años se están dando pasos decididos hacia la igualdad real de la mujer. No obstante, las cifras actuales aún dejan mucho que desear. Al margen de las indiscutibles responsabilidades desiguales en el hogar y con la familia que se dan entre mujeres y hombres, también siguen produciéndose diferencias en el mundo laboral.
Según datos del pasado año, a pesar de que el indice de mujeres universitarias españolas es del 60%, su presencia en puestos directivos es del 28%, y en los consejos de administración apenas alcanza el 12%, con un salario un 18% inferior al de los hombres.
La media europea de mujeres que forman parte de los parlamentos nacionales de los países de la UE es de un 26%, mientras que el Parlamento Europeo cuenta con un 35% de mujeres frente a un 65% de hombres. De sus 22 comisiones parlamentarias, ocho están presididas por mujeres, según datos de marzo de 2012.
Consciente de estas cifras, Ana Mato, ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad destacó que cualquier solución debe pasar por medidas que potencien la conciliación familiar y laboral, puesto que un alto porcentaje de mujeres reduce su jornada laboral para poder combinar su papel como profesionales, madres o cuidadoras de personas mayores, con contratos a tiempo parcial o abandonando frecuente del mercado de trabajo.
Además, el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad impúlsó el pasado año un plan especial para la no discriminación salarial, que incluía «acciones de información y sensibilización, así como medidas de sanción y control». Para Mato, poner punto y final a la «injusta e injustificable» brecha salarial «redundará en la mejora del clima laboral» y acabará con el «despilfarro del talento» de las trabajadoras.
Todo ello debe hacernos reflexionar que, quizás, la mejor celebración de la igualdad de la mujer sería que el 8 de marzo fuese un día como otro cualquiera porque hayamos conseguido un marco equitativo en el que el sexo no marque distinción alguna en cuanto a oportunidades de desarrollo personal y profesional.